EL BAUL VOLADOR
Alí, al quedarse huérfano, había gastado la pequeña fortuna que le dejó su padre. Uno de sus amigos, compadecido, le regaló un viejo baúl.
-¡Muy bonito! -se dijo Alí-. Pero como yo no tengo nada que guardar, me meteré yo mismo dentro.
-¡Vaya! -se extrañó el joven al ver que el baúl salía volando por los aires-. Al parecer, se trata de un baúl encantado.
Volando, volando, llegó hasta una gran ciudad. Se posó en el suelo y escondió el baúl en un bosque.
-¿De quién es ese palacio? -preguntó Ali a unas niñas que estaban jugando en la calle.
-Ahí vive la hija del rey -respondió una niña-. Pero nadie puede verla, pues está en una de las torres más altas.
El joven fue al bosque y, subiendo en su baúl encantado, voló hasta la terraza donde estaba la princesa.
-¿Quién eres? -preguntó la hija del rey, asombrada.
-He oído hablar de tu belleza -dijo Alí- y he venido a preguntarte si quieres casarte conmigo.
La princesa regaló una espada de oro a Alí y le invitó a la fiesta que sus padres se disponían a celebrar.
Al día siguiente, los reyes y toda la corte pudieron admirar al joven que viajaba por los aires en un baúl encantado
-Cuéntanos una historia divertida -pidió el rey.
Alí contó una bella historia que complació en extremo a todos.
-Dentro de una semana podrás casarte con mi hija -dijo el rey-. Así podrás seguir contándonos historias tan divertidas y nunca nos aburriremos.
Alí, para contribuir a las fiestas que se celebraron, preparó una sesión de fuegos artificiales, que lanzó desde el baúl.
Pero el baúl, asustado por el estruendo, se alejó rápidamente del lugar con Alí adentro.
-¿Qué haces? -se lamentó Alí-. ¡Vuelve a la ciudad! ¿No sabes que debo casarme con la princesa?
El baúl cansado de volar, se posó en el Océano.
-Ya no puedo más -dijo el baúl-. Soy demasiado viejo y me temo que ya no podré volver a volar.
-¡Eh! -empezó a gritar el joven al ver que el baúl se hundía.
Mientras la tripulación de un barco rescataba a Alí, el baúl se fue al fondo para siempre.
¡Oh! -dijeron las sirenas-. Nos servirá para guardar en él nuestros collares de coral y de perlas.
Después de mucho navegar, el barco que había rescatado al joven, llegó a la vista de una ciudad.
-¡Que alegría! -gritó Alí-. Esa es mi ciudad, de la que nunca debí marcharme para ir a recorrer mundo en un viejo baúl volador.
Alí, comprendió que no debe confiarse en lo maravilloso para acanzar la felicidad y la fortuna, imitando el ejemplo de su padre, se puso a trabajar.
No tardó en ganar dinero; y esta vez no lo gastó, ya que lo había adquirido con su esfuerzo.
Pasando algún tiempo, Alí se casó con una bella y hacendosa joven, que no era una princesa, pero sí muy buena y trabajadora, lo cual vale mucho más.