Los tres enanitos del bosque

En un mismo pueblo vivían una mujer viuda y un hombre también viudo. Cada uno de los dos tenía una hija. Las dos niñas eran amigas y jugaban juntas. Una tarde, la mujer le dijo a la niña que era
hija del viudo:
-dile a tu padre que, si él quiere, podríamos casarnos. Yo te trataré muy bien, mejor que a mi propia hija: podrás lavarte con leche, mientras que mi hija se lavará solo con agua.
Así se lo dijo la niña a su padre, y él aceptó casarse.
Al principio todo fue bien y la mujer cuidaba por igual a las dos niñas. Pero al poco tiempo se empezó a notar que no quería nada a su hijastra. Y es que la niña del hombre era muy bonita y
Simpática, mientras que la hija de la mujer era más bien fea y antipática.
Un día de invierno en que nevaba mucho, la mujer hizo un traje de papel, se lo dio a su hijastra y le dijo:
-ponte este traje, vete al bosque y trae una cesta de fresas.
-¡Dios mío, con el frío que hace! -exclamó la niña-. ¿Cómo voy a ir con este vestido tan delgadito? Además, en invierno no hay fresas, no puedo encontrarlas…
-¡No me contestes y haz lo que te digo! -gritó la mujer.
Dio a la niña un mendrugo de pan para comer y la puso en la puerta. Esperaba que se perdiese en el bosque.
Una vez dentro del bosque, la niña vio una casita entre los árboles cubiertos de nieve, y a tres enanitos que asomaban por la ventana. Llamó a la puerta, y los enanitos la invitaron a calentarse
junto al fuego.

Entonces la niña sacó su mendrugo de pan del bolsillo.
-¿Nos das un poquito? -preguntaron los enanos.
-¡Pues claro que sí! -contestó la niña, repartiendo el pan.
-¿Qué haces con ese traje tan fino por el bosque?
-tengo que coger fresas, y no puedo volver a casa hasta que llene esta cesta -contestó la niña.
Los enanitos dijeron a la niña que barriera detrás de la casa. Allí, bajo la nieve, encontró un montón de fresas. Después de llenar el capazo, se despidió de los enanitos y se fue camino de
su casa. Mientras, los enanitos decían:
-¿Qué le daremos a esta niña que ha repartido su pan con nosotros?
-yo haré que cada día sea más guapa -dijo uno
-yo haré que cada vez que hable, le salgan monedas de oro por la boca -dijo el segundo.
Yo haré que un rey se enamore de ella y la lleve a su palacio -dijo el tercero.
La niña llegó a la casa y según dijo «hola», le salió una moneda de oro por la boca. Y así cada vez que hablaba, contando lo que le había pasado.
-¡Que derroche! -decía la hermanastra viendo el oro, muerta de envidia. Quería ir al bosque también a buscar fresas. Su medre le puso un abrigo de piel, le dio una cesta llena de pasteles y la
mandó a buscar la casita de los enanos.
La niña encontró la casita, y vio a los enanos mirando por la ventana. En vez de llamar a la puerta como debe hacerse, entró sin que nadie la invitase y se sentó junto al fuego. Sacó los
pasteles y se puso a comer, sin haber dado ni las buenas tardes.

-¿Nos das un pastelito? -le dijeron los enanitos.
-¡No! Tengo pocos y los quiero todos para mí -contestó.
Cuando acabó de comer, los enanos le dijeron:
-coge esta escoba y barre detrás de la casa.
-¿Barrer yo? ¡De eso nada! -dijo la niña orgullosa; y salió de la casita dando un portazo. Los enanos quedaron hablando así:
-¿Que le haremos a esta niña tan egoísta y grosera?
-yo haré que se más fea cada día -dijo uno
-yo haré que, cada vez que hable, le salgan por la boca sapos y culebras -dijo otro.
-pues yo haré que muera -dijo en tercero.
La niña buscó fresas alrededor de la casita , pero no encontró ninguna y se volvió a casa. Una vez allí, cuando quiso contar lo que le había pasado, empezaron a salir por su boca sapos y culebras
y todos se alejaban de ella, horrorizados.
La madrastra estaba indignada contra la hija de su marido, no sabía qué inventar para fastidiarla.
Un día lavó unas grandes sábanas de lino y luego las metió en un cubo y le dijo a la niña:
-vete al río con este cubo. Haz un agujero en el hielo y aclara las sábanas en aquel agua.
La niña, obediente, se fue al río con el cubo de sábanas de lino, abrió un agujero en el hielo y, arrodillada en el borde, se dispuso a aclarar las sábanas en el agua que corría bajo el hielo y
que estaba muy fría.
En esto pasó por allí una carroza, dentro de la cual iba el rey, que era un joven apuesto y bondadoso. Al ver a la muchacha, mandó parar los caballos.
-¿Quién eres y qué haces aquí? -preguntó a la niña.
-soy una pobre huérfana, y estoy aclarando lino -contestó ella.

El rey estaba prendado de su belleza y le propuso:
-¿Quieres venir conmigo a mi palacio?
-¡Ah, sí! -exclamó la joven, contenta de separarse de su cruel madrastra que tanto la hacía sufrir.
Al llegar a palacio ya se habían prometido, y al día siguiente se casaron.
Un año después, la joven reina tuvo un hijo, pues era muy feliz. Pero su madrastra, que se había enterado de su gran suerte y estaba loca de envidia, decidió hacer algo. Así que un día,
aprovechando que el rey había salido, fue a palacio con su hija.
Llegaron hasta el cuarto de la reina, la cogieron desprevenida, y agarrándola por las manos y los pies, la tiraron por la ventana a un río que pasaba al pie del castillo. Luego la madrastra metió
en la cama a su hija, cerró las cortinas de la habitación y dijo a todo el mundo que la reina estaba muy enferma y no se la podría ver.
Lo mismo le dijo al rey cuando volvió.
-¡Silencio! ¡No se puede hablar ahora con la reina, pues tiene mucha fiebre!
-¡Vaya por dios! -dijo el rey preocupado-. Cuídala bien y yo te premiaré.
Hasta mañana.
Pero aquella misma noche, un pato silvestre entró en el palacio y le dijo a un joven criado:
-¿Qué hace mi niñito?
El criado contestó:
-duerme como un bendito.
Entonces el pato se convirtió en la joven reina, y subió a dar de mamar a su hijo. Después le arropó bien y volvió a bajar al río antes del amanecer, en que se convirtió de nuevo en un
Pato. Esto pasó varias noches seguidas. A la semana, la reina se enteró de que el rey estaba muy triste, pues la creía enferma y tenía muchos deseos de verla.
-dile al rey que baje a la puerta con su espada, y que haga con ella tres molinetes sobre mi cabeza -dijo la reina al fiel criado.
El rey, cuando recibió el recado, bajó corriendo con su espada en la mano.
A la puerta del palacio le esperaba el pato silvestre, y sobre su cabeza hizo tres molinetes con su espada. A la tercera vuelta, el pato se convirtió de nuevo en la reina, viva y sana como
siempre, y el rey se alegró muchísimo de recuperar a su querida esposa.
En cuanto a las dos intrusas, la reina no pudo impedir que el rey les diera el trato que merecían, ordenó que las tiraran al río, y nunca más se supo de ellas.
Los dos jóvenes reyes vivieron felices con su hijo para siempre, sin que nadie más pusiera el peligro su tranquilidad.
Hermanos grimm
--FIN--
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